de Fudekara

Liliana Ponce

Día 2

Los signos multiplican los instantes. El signo y la repetición forman una corriente de confianza, de liberación. En esa corriente debo aprender a ahogar la ansiedad. Imagino un nuevo lugar en la mente que nace de este punto material, duro, pétreo. Es un punto inorgánico e indefinido, como lo que inicia la posibilidad. El comienzo de la posibilidad no es aún el comienzo.

Esta noche, el ojo reemplazará al oído. El ojo reemplazará a la respiración.

 

Día 4

No es el trazo mi obsesión, sino esto actuado que se inicia a la madrugada, con un insomnio puesto en la luz de imágenes de ayer, de otra tarde.

Me impongo un exilio en redes de polvo, me ahogo (pero ocultándome en la indiferencia).

En realidad, multiplico mi cuerpo, multiplico mi mente, y donde tenía brazo y mano, y donde había sed, abandono la idea de persona.

 

Día 5

En silencio, dibujo fragmentos de signos, trazos, como ejercicios.

Al repetir, empecé a olvidar mi mano. Pero aún el camino será exterior por mucho tiempo.

La curva refugia maneras de envolver el blanco.

 

Día 6

Inestable la conducta; acaso como escudo mi pincel se suelta en respuestas a la luna.

Persigo una habitación imposible, conceder lo dicho a otro oído, a otra ley.

 

Día 8

Noche de tormenta. La tormenta no está en el cielo o en el aire, sino que viaja en raíces, de soplo en soplo en lo animado, y va dibujando puertas.

Es el hechizo de esta hora tambaleante bajo la corriente de una sangre simbólica.

Debo inventar otra mano. Como en un baile, hacer movimientos de coreografía sabidos, ponerse en el puente que va del saber a la acción.

Ausente estaba en el ascenso—mi oído se dejaba encantar.

Nunca me soltaré de estas amarras.

La boca se sella en el agua, inesperado grito se acalla en los pedazos de las palabras. Nada se mueve, sin embargo.

La tormenta desgaja el anochecer de septiembre, lo convierte en instantes de ansiedad, de espera, de huellas vacías—que ya supieras cómo la curva desemboca en el silencio, cómo el negro acuoso hace ramas de sauce y el negro intenso se agrieta en rocas y nubes.

Hacia el oeste, los árboles metálicos quedaron quietos—iban por pasadizos rozando el aire. Bajo la piel entró la luz lunar. Entró y fue el principio—no quiere que recuerde y resguarda en la oscuridad esta tela insípida y dolorosa.

  

Día 11

Monotonía. Del pedazo, buscar otro pedazo. De él, otro. Al ir dividiendo el espacio y el tiempo, el ojo se va alejando, hasta que el blanco ocupa la mano.

Delante del papel, el torso inclinado, el brazo alargado. Pero mi mente se ata demasiado a la madera.

El río, línea mansa, crea un horizonte móvil.

 

Día 12

De la dirección de la fuerza puede inferirse una virtud. Resistir, en otra dirección, permite descubrir la imitación, la parodia. Pero ahora no puede más que permanecer en el centro, considerar la nebulosa del hábito.

No sé agazaparme como animal, o como flor, gradualmente cerrar hojas orgánicas.

Las palabras apoyadas en la garganta, áridas, perdidas, se adelgazan. La mirada esquiva se apresura a no modelar el aire y se evapora.

Escribir cada trazo sin guía. Escribir morosamente.

 

Día 14

Fantasmas cambian la mano. Tu voz es emocional, desmedida. El relato razona en la memoria. No desmiente la sed, lo fugaz, la bravura del mar, el perfil de los árboles, la sombra de la roca.

Fantasmas cambian los ojos. Amenazan ceñir otro cuerpo a la cabeza.

Tu voz ha creado hilos que crecen en las pupilas.

Escribo. Escribo signos. Escribo muerta. Escribo otra. Escribo para no hablar, para no mirar.