Canto de regreso a la tierra prometida
Manuel Rueda
I
Medias montañas,
medios ríos,
y hasta la muerte compartida.
El mediodía parte
de lado a lado al hombre
y le parte el descanso,
parte la sombra en dos
y duplica el ardor.
¿Sabes adónde
vamos? ¿Sabes
qué país es el tuyo
tan fragante y que tiene
una línea de resecas,
miserias,
una pobre corteza
resbalando en los ríos
perdidos,
bajo los silenciosos cambronales?
El viajero cantaba,
mas óyelo cuán mudo
queda a la vera del desastre.
Busca su voz entre los fúnebres
despojos,
mira entre los basurales del suburbio
el trozo de esperanza
convertido en el vidrio opaco
de las botellas.
Busca su ilusión en el ámbar
del ron escupido al filo
de la muerte
entre dos tierra enemigas,
en el río materno,
río de luto
en el que dos brazadas
no caben.
Oye al viajero reposar,
pedir clemencia
bajo los árboles.
Oye al pobre poeta,
un corazón entero,
—¡tan entero!—
cantar en medio
de las heridas
sin comprender la marca de la tierra,
sin probar de su fruto prohibido.
II
¿Sabes, hermano, adónde
nos conduce esta ruta
llena de paralíticos
guardianes?
Entra ahora de mano
de tu guía.
Mira el reseco paraíso
silencioso
y pasa
y mira
y siente
la advertencia del sol
sobre tus lomos,
el fusil contra el sol,
contra la piedra,
la muerte al sol,
el sol lleno de sombra
y de miseria.
Sube al sitial
de las piedras,
a la fría luna de ayer
cuando reías
del brazo de Eva
preguntando por el venado,
por la luz y por la hoja
recién verdecida,
cuando tu cama era
la liberta, el rumor
de las olas contra tus duros pies
de hombre dichoso
y tu amor el faro rojo,
la ventana al abismo
en donde se posaba
el aletear
de las gaviotas.
Entra a tu reino,
Adán
y mira el árbol santo
rodeado de minas,
de alambradas.
¡Queda esto y cuán poco
como toda heredad!
Mira tu paraíso
entre dos fuegos,
nido de serpientes
elásticas
y a los hombres que han olvidado
sus atributos,
sus amores,
su acrisolada descendencia,
para apuntar al horizonte.
III
Medias montañas,
medios ríos,
la media muerte atravesada
como un sol seco en la garganta.
Trata de dormir ahora,
de entregar el único párpado a tu sueño
inconcluso.
Trata de dormir.
Tratemos de dormir
hasta que nos despierten
leñadores robustos,
hombres de pala y canto
que hagan variar el curso
de nuestra pesarosa
isla amada,
de nuestro desquiciado planeta.
Así cantando,
así,
a mitad del camino de regreso
sin encontrar la patria prometida.
Medias montañas,
medios ríos,
y hasta la muerte compartida.
El mediodía parte
de lado a lado al hombre
y le parte el descanso,
parte la sombra en dos
y duplica el ardor.
¿Sabes adónde
vamos? ¿Sabes
qué país es el tuyo
tan fragante y que tiene
una línea de resecas,
miserias,
una pobre corteza
resbalando en los ríos
perdidos,
bajo los silenciosos cambronales?
El viajero cantaba,
mas óyelo cuán mudo
queda a la vera del desastre.
Busca su voz entre los fúnebres
despojos,
mira entre los basurales del suburbio
el trozo de esperanza
convertido en el vidrio opaco
de las botellas.
Busca su ilusión en el ámbar
del ron escupido al filo
de la muerte
entre dos tierra enemigas,
en el río materno,
río de luto
en el que dos brazadas
no caben.
Oye al viajero reposar,
pedir clemencia
bajo los árboles.
Oye al pobre poeta,
un corazón entero,
—¡tan entero!—
cantar en medio
de las heridas
sin comprender la marca de la tierra,
sin probar de su fruto prohibido.
II
¿Sabes, hermano, adónde
nos conduce esta ruta
llena de paralíticos
guardianes?
Entra ahora de mano
de tu guía.
Mira el reseco paraíso
silencioso
y pasa
y mira
y siente
la advertencia del sol
sobre tus lomos,
el fusil contra el sol,
contra la piedra,
la muerte al sol,
el sol lleno de sombra
y de miseria.
Sube al sitial
de las piedras,
a la fría luna de ayer
cuando reías
del brazo de Eva
preguntando por el venado,
por la luz y por la hoja
recién verdecida,
cuando tu cama era
la liberta, el rumor
de las olas contra tus duros pies
de hombre dichoso
y tu amor el faro rojo,
la ventana al abismo
en donde se posaba
el aletear
de las gaviotas.
Entra a tu reino,
Adán
y mira el árbol santo
rodeado de minas,
de alambradas.
¡Queda esto y cuán poco
como toda heredad!
Mira tu paraíso
entre dos fuegos,
nido de serpientes
elásticas
y a los hombres que han olvidado
sus atributos,
sus amores,
su acrisolada descendencia,
para apuntar al horizonte.
III
Medias montañas,
medios ríos,
la media muerte atravesada
como un sol seco en la garganta.
Trata de dormir ahora,
de entregar el único párpado a tu sueño
inconcluso.
Trata de dormir.
Tratemos de dormir
hasta que nos despierten
leñadores robustos,
hombres de pala y canto
que hagan variar el curso
de nuestra pesarosa
isla amada,
de nuestro desquiciado planeta.
Así cantando,
así,
a mitad del camino de regreso
sin encontrar la patria prometida.