Dos Poemas
Jaime Barrios Carrillo
Hoteles
Pienso en esos hoteles sin estrellas
donde se hospedan los ángeles.
Coinciden con los vendedores viajeros
que proceden de otros lugares.
Gente de quimeras deshojadas
y viáticos escuálidos.
En la noche salen a los bares
en busca de algún amor ocasional
pero antes telefonean a sus esposas
para decirles que las ventas van bien
y estarán pronto de vuelta.
Los ángeles bajan a las ciudades por otras razones:
a modo de mensajeros de lugares insondables
o como guardianes de gente que todavía los invoca.
En algunas ocasiones porque han sido
expatriados del cielo por razones políticas.
Los ángeles no salen a ninguna taberna
y otros lugares sin prestigio,
prefieren quedarse en su habitación
escuchando la radio o viendo la tele
mientras se cortan las uñas de los pies
o planchan sus grandes alas blancas
que cuelgan luego en perchas especiales
junto al ropaje que usarán al día siguiente.
Se disfrazan de humanos
para que no los reconozcan
y nadie se burle de ellos.
En la soledad de la noche
suelen acordarse de su pasado
y se lamentan de encontrarse
en un planeta adverso.
Quisieran ordenar la cena
pero nadie les contesta en la recepción
y se acuestan con hambre,
conscientes que provienen de un lugar perfecto
donde no falta el papel higiénico
ni hay gritos de borrachos que se pelean
ni cucarachas furtivas en los pasillos
como en aquellos albergues rebajados.
Abatidos por las tribulaciones del día
se tienden desnudos en la cama
y antes de quedarse dormidos
miran al techo con sus ojos exhaustos
como si fuera un firmamento
que estuvieran a punto de surcar.
Pero es un cielo agrietado
como el de una construcción en ruinas,
que al verlo muchos creerían
que en cualquier momento se derrumbaría.
Los ángeles lo observan en silencio
mientras se compadecen a sí mismos
por la apariencia de humanos que ahora tienen.
Ángeles sin Dios
En aquel tiempo dijo el espejo a sus discípulos:
nadie será dueño de nadie.
El mundo estaba lleno de rumores y vacíos.
A lo lejos el galope de los caballos azules.
A lo lejos nadie existe.
Aquí solo un relámpago apagado
y los grillos que se comen las hojas del tiempo.
Tuve la ilusión de un cerebro universal
donde existirían vestigios de una era arcaica
determinada a su vez por conjeturas
de una más antigua y difusa.
Pero una noche de larga luna oscura
comprendí que la luz no proviene del cielo,
está adentro de la propia cueva.
El crepúsculo, en cambio, es un ángel caído.
El Deuteronomio prohíbe las imágenes
Incluso los nombres y representaciones mentales
del Señor desconocido o el Padre imaginario.
La única manera de representar a Dios
es justamente ante el espejo.
He tenido sueños fusionados
donde vi ángeles que estaban en apuros
luchando contra grandes infortunios.
Un Dios injusto no puede ser perfecto, afirmaba
el más osado de ellos en mi sueño.
Un dios que llore donde terminan los ríos.
Lo más dramático es que estaban solos.
Sin la posibilidad de comunicarse con el Padre,
Míster Dios estaba ausente, los había abandonado
como a todos los que caen en el Valle de las Lágrimas.
Un silencio ya quebrado
se apoderó de los labios del espejo
y la tristeza continuó humedeciendo
las hojas hasta el amanecer.
Hay un tiempo para morir en las chimeneas
donde humea solitaria la conciencia.
Pienso en esos hoteles sin estrellas
donde se hospedan los ángeles.
Coinciden con los vendedores viajeros
que proceden de otros lugares.
Gente de quimeras deshojadas
y viáticos escuálidos.
En la noche salen a los bares
en busca de algún amor ocasional
pero antes telefonean a sus esposas
para decirles que las ventas van bien
y estarán pronto de vuelta.
Los ángeles bajan a las ciudades por otras razones:
a modo de mensajeros de lugares insondables
o como guardianes de gente que todavía los invoca.
En algunas ocasiones porque han sido
expatriados del cielo por razones políticas.
Los ángeles no salen a ninguna taberna
y otros lugares sin prestigio,
prefieren quedarse en su habitación
escuchando la radio o viendo la tele
mientras se cortan las uñas de los pies
o planchan sus grandes alas blancas
que cuelgan luego en perchas especiales
junto al ropaje que usarán al día siguiente.
Se disfrazan de humanos
para que no los reconozcan
y nadie se burle de ellos.
En la soledad de la noche
suelen acordarse de su pasado
y se lamentan de encontrarse
en un planeta adverso.
Quisieran ordenar la cena
pero nadie les contesta en la recepción
y se acuestan con hambre,
conscientes que provienen de un lugar perfecto
donde no falta el papel higiénico
ni hay gritos de borrachos que se pelean
ni cucarachas furtivas en los pasillos
como en aquellos albergues rebajados.
Abatidos por las tribulaciones del día
se tienden desnudos en la cama
y antes de quedarse dormidos
miran al techo con sus ojos exhaustos
como si fuera un firmamento
que estuvieran a punto de surcar.
Pero es un cielo agrietado
como el de una construcción en ruinas,
que al verlo muchos creerían
que en cualquier momento se derrumbaría.
Los ángeles lo observan en silencio
mientras se compadecen a sí mismos
por la apariencia de humanos que ahora tienen.
Ángeles sin Dios
En aquel tiempo dijo el espejo a sus discípulos:
nadie será dueño de nadie.
El mundo estaba lleno de rumores y vacíos.
A lo lejos el galope de los caballos azules.
A lo lejos nadie existe.
Aquí solo un relámpago apagado
y los grillos que se comen las hojas del tiempo.
Tuve la ilusión de un cerebro universal
donde existirían vestigios de una era arcaica
determinada a su vez por conjeturas
de una más antigua y difusa.
Pero una noche de larga luna oscura
comprendí que la luz no proviene del cielo,
está adentro de la propia cueva.
El crepúsculo, en cambio, es un ángel caído.
El Deuteronomio prohíbe las imágenes
Incluso los nombres y representaciones mentales
del Señor desconocido o el Padre imaginario.
La única manera de representar a Dios
es justamente ante el espejo.
He tenido sueños fusionados
donde vi ángeles que estaban en apuros
luchando contra grandes infortunios.
Un Dios injusto no puede ser perfecto, afirmaba
el más osado de ellos en mi sueño.
Un dios que llore donde terminan los ríos.
Lo más dramático es que estaban solos.
Sin la posibilidad de comunicarse con el Padre,
Míster Dios estaba ausente, los había abandonado
como a todos los que caen en el Valle de las Lágrimas.
Un silencio ya quebrado
se apoderó de los labios del espejo
y la tristeza continuó humedeciendo
las hojas hasta el amanecer.
Hay un tiempo para morir en las chimeneas
donde humea solitaria la conciencia.