Poemas selectos de Cadáver Exquisito
Malú Urriola
Estoy escribiendo un libro que parece ser.
Que comienza a emanar como un río, una nueva rama
de una planta creciendo imperceptiblemente en tu casa, la hoja
de un árbol cayendo, un cadáver en una bandeja de la morgue,
una bolsa que flota en el vacío. Digo vacío para nombrar
un poblado de edificios, de cables, de ventanas, de antenas
desoladas, de ropas y de rejas donde nadie se conoce.
Digo vacío como se dice infinito, como fin de mundo.
Digo que haría cualquier cosa para poder leer este libro y
saber qué es ser.
Te lo digo como un cactus del camino del alma,
revestido de largas espinas.
Te lo digo con una flor salvaje y roja, de corona,
que sólo podrás tomar, sin tocarme.
Para que tú existas debe haber un afuera y yo soy toda adentro.
Qué se hace con las estrellas que siguen brillando
con las aguas del delta y los ferris de los que nos escondimos
para que los turistas no vieran a dos mujeres desnudas
besándose en el río.
Con el sol, qué se hace con el calor del sol
y con los grillos, con los huevos de las ranas.
Con los milagros de la vida, ¿qué se hace?
Con ese prostíbulo del puerto donde reíste en mis brazos,
antes de llevarme a ese cuarto donde lo que no conquistó el placer
se lo llevó el olvido.
Qué se hace con las despedidas,
con las maletas,
con los aeropuertos,
con los ascensores,
con los trajes tristes,
con la puerta de desembarque,
con el surco de nube,
con el silencio del cielo.
Te pregunto mar, cómo no arrebatarse, no apasionarse,
mantenerse calmo y no elevar las olas aunque me empuje
el viento y no rogarle a la roca ni romperme, no besar su orilla,
no ahogarla por la noche y retirarme por la mañana, parecer
como tú, de todos, y no ser de nadie.
Cuando hubiese querido ser un árbol, enraizarme hasta lo más
profundo, mantenerme sola y aferrada a una calma desesperante,
aunque el viento sacuda estas ramas y los pájaros se posen
en mí y mantener el peso de sus cuerpos, sabiendo que
habrán de irse, y no desear volar detrás de ninguno de ellos,
por el contrario, mantenerme erguido y leal a mi sombra.
No pierdo las cosas. Las cosas me pierden.
Para ser caminante se requiere poco.
La pasión de las piedras por el silencio.
Las cosas no me pierden. Soy yo, que como una silla me tropiezo.
Un día parto como los perros detrás del camino.
Me llaman el olor del mar, la vieja línea de algún tren,
el hinojo creciendo bajo un durmiente, una liebre encandilada
en mitad de la noche, una lluvia en un pueblo olvidado
como se olvidan las cosas que amamos.
¿Has escuchado a Nina Simone?
Tomorrow is my turn, canta su voz temerosa de una vida a solas.
Tomorrow is my turn, las lágrimas de los pájaros las seca el vuelo.
No tener miedo de una paz colorida de lagartija al sol
Ni de los arrojos de cataratas
Ni de los caminos del sendero
Ni de una sed de orilla
Ni de una noche sin grillos
Ni del abrazo que se olvida
Ni de la espalda emplumada
Ni de las calles y los delincuentes
Ni de los bancos y los delincuentes
Ni de los días inútiles
Ni de las tardes sin sentido
Ni de las noches paganas
Ni de mirarse al espejo y no hallar nada.
¿Sabes qué es la pena?
Mira hacia el norte. Mira al sur. Mira el pasado y mira el presente.
Esa es la pena.
De araucarias tenemos pena, de devastación y ambiciones miserables,
de los pescadores que reparten sus peces entre los que nunca tuvieron
ni tendrán nada. Pena de ancianos sin casas, de desaparecidos.
Y con esa pena juegan los niños,
y se pierden los perros y los gatos
y la mesa donde se entibiaba el té, cuando pensábamos que
un día se iría
la pena.
Como cuando secan los ríos y la tristeza escurre y resquebraja,
las piedras que se quedan tan lejos unas de otras.
Sigo escribiendo cosas que se pondrán amarillas, abro los ojos
y la vida prosigue bárbara, medieval, bella y momentánea.
Allí donde las aguas cantaban, talan las sierras cortando lo que
no ha de volver a crecer. ¿Ya la sed? ¿Qué haremos con la sed?
Que comienza a emanar como un río, una nueva rama
de una planta creciendo imperceptiblemente en tu casa, la hoja
de un árbol cayendo, un cadáver en una bandeja de la morgue,
una bolsa que flota en el vacío. Digo vacío para nombrar
un poblado de edificios, de cables, de ventanas, de antenas
desoladas, de ropas y de rejas donde nadie se conoce.
Digo vacío como se dice infinito, como fin de mundo.
Digo que haría cualquier cosa para poder leer este libro y
saber qué es ser.
Te lo digo como un cactus del camino del alma,
revestido de largas espinas.
Te lo digo con una flor salvaje y roja, de corona,
que sólo podrás tomar, sin tocarme.
Para que tú existas debe haber un afuera y yo soy toda adentro.
Qué se hace con las estrellas que siguen brillando
con las aguas del delta y los ferris de los que nos escondimos
para que los turistas no vieran a dos mujeres desnudas
besándose en el río.
Con el sol, qué se hace con el calor del sol
y con los grillos, con los huevos de las ranas.
Con los milagros de la vida, ¿qué se hace?
Con ese prostíbulo del puerto donde reíste en mis brazos,
antes de llevarme a ese cuarto donde lo que no conquistó el placer
se lo llevó el olvido.
Qué se hace con las despedidas,
con las maletas,
con los aeropuertos,
con los ascensores,
con los trajes tristes,
con la puerta de desembarque,
con el surco de nube,
con el silencio del cielo.
Te pregunto mar, cómo no arrebatarse, no apasionarse,
mantenerse calmo y no elevar las olas aunque me empuje
el viento y no rogarle a la roca ni romperme, no besar su orilla,
no ahogarla por la noche y retirarme por la mañana, parecer
como tú, de todos, y no ser de nadie.
Cuando hubiese querido ser un árbol, enraizarme hasta lo más
profundo, mantenerme sola y aferrada a una calma desesperante,
aunque el viento sacuda estas ramas y los pájaros se posen
en mí y mantener el peso de sus cuerpos, sabiendo que
habrán de irse, y no desear volar detrás de ninguno de ellos,
por el contrario, mantenerme erguido y leal a mi sombra.
No pierdo las cosas. Las cosas me pierden.
Para ser caminante se requiere poco.
La pasión de las piedras por el silencio.
Las cosas no me pierden. Soy yo, que como una silla me tropiezo.
Un día parto como los perros detrás del camino.
Me llaman el olor del mar, la vieja línea de algún tren,
el hinojo creciendo bajo un durmiente, una liebre encandilada
en mitad de la noche, una lluvia en un pueblo olvidado
como se olvidan las cosas que amamos.
¿Has escuchado a Nina Simone?
Tomorrow is my turn, canta su voz temerosa de una vida a solas.
Tomorrow is my turn, las lágrimas de los pájaros las seca el vuelo.
No tener miedo de una paz colorida de lagartija al sol
Ni de los arrojos de cataratas
Ni de los caminos del sendero
Ni de una sed de orilla
Ni de una noche sin grillos
Ni del abrazo que se olvida
Ni de la espalda emplumada
Ni de las calles y los delincuentes
Ni de los bancos y los delincuentes
Ni de los días inútiles
Ni de las tardes sin sentido
Ni de las noches paganas
Ni de mirarse al espejo y no hallar nada.
¿Sabes qué es la pena?
Mira hacia el norte. Mira al sur. Mira el pasado y mira el presente.
Esa es la pena.
De araucarias tenemos pena, de devastación y ambiciones miserables,
de los pescadores que reparten sus peces entre los que nunca tuvieron
ni tendrán nada. Pena de ancianos sin casas, de desaparecidos.
Y con esa pena juegan los niños,
y se pierden los perros y los gatos
y la mesa donde se entibiaba el té, cuando pensábamos que
un día se iría
la pena.
Como cuando secan los ríos y la tristeza escurre y resquebraja,
las piedras que se quedan tan lejos unas de otras.
Sigo escribiendo cosas que se pondrán amarillas, abro los ojos
y la vida prosigue bárbara, medieval, bella y momentánea.
Allí donde las aguas cantaban, talan las sierras cortando lo que
no ha de volver a crecer. ¿Ya la sed? ¿Qué haremos con la sed?