Creciendo hacia la tierra
Cuando llegue la noche y sea la sombra un báculo,
cuando la noche llegue tal vez el mar se habrá dormido,
tal vez toda su fuerza no le podrá servir para mover sólo un grano de arena,
para cambiar de rostro una sonrisa,
y quizá entre sus olas podrá nacer un niño
cuando llegue la noche.
Cuando la noche llegue y la verdad sea una palabra igual a otra,
cuando todos los muertos cogidos de la mano formen una cadena alrededor
del mundo,
quizás los hombres ciegos comenzarán a caminar como caminan las raíces en
la tierra sonámbula;
caminarán llevando un mismo corazón de mano en mano,
y cuando al fin se encuentren
se tocarán los rostros y los cuerpos en lugar de llamarse por sus nombres,
y sentirán una fe manual repartiendo entre todos su savia,
y crecerán los muertos y los vivos,
unos dentro de otros
hasta formar un solo árbol que llenará completamente el mundo,
cuando llegue la noche.
El secreto
Como el niño que se ha quedado solo
desde aquel día en que, temblando entre lo oscuro,
sintió latir su corazón más alto cada vez,
con un latido firme y posesor que era una rama en donde estaba ahorcándose.
Y desde entonces comprendió que la riqueza es como un campanario donde
aún resuena por la noche el miedo que la hizo edificar,
y se hizo terco y embestidor como un hormiga que creciera hasta hacerse del
tamaño del llanto,
y se hizo dulce como un caballo ciego arrodillado junto al mar,
y se fue esclareciendo lentamente igual que la pregunta en los labios del juez,
porque se sabe edificado sobre el miedo,
porque sabe que no existe poder alguno donde se pueda el hombre
endurecer y concentrar tanto como en el miedo,
y porque siente que lleva, aún, sobre los hombros, protegiéndole,
el cadáver ahorcado de aquel niño a quien, quizás, un día le creció demasiado
el corazón.
La transfiguración
Siento tu cuerpo entero bajo el mío.
Tu carne
es
como un ascua,
fresca e imprescindible,
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un sólo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
y viven
su trasfiguración,
y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
¡al fin!
esa frescura súbita
como una llamarada
de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede
interminablemente cediendo,
hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
y todo ha sido
un pasmo, un rebrillar y luego nada.
de Rimas
Luis Rosales
The poems in this selection are taken from Luis Rosales's early collection Rimas [Rhymes] (1937-1951). Like William Blake's, Rosales's metaphors are built on a wholly personal idiom, and spring from a heartfelt philosophical and religious vision that infuses his poems with a strange magnetism. "The child," "the trees," "the blind gaze"—all of these images reoccur throughout his oeuvre and deepen with new facets and meanings. But no matter how surreal, mysterious, or lexically strange, Rosales's poetry never sacrificed human warmth to abstract symbolism or linguistic innovation. His voice and music are instantly recognizable in every poem ("all of Luis Rosales's work sounds, unmistakably, like that—like Luis Rosales," the contemporary poet Vicente Gallego has written), and the hope of the translation is that this personal voice and vision have, as far as possible, carried through.
Luis Rosales (1910-1992) was one of the most distinctive voices of post-war Spanish poetry. He won the Cervantes Prize in 1982.
Gonzalo Melchor has translations of poetry and essays appearing or forthcoming in Modern Poetry in Translation, Poetry, Poetry London, Poetry Review, and the Times Literary Supplement.