Tres poemas

Blanca Varela

Ejercicios materiales

convertir lo interior en exterior sin usar el
cuchillo
sobrevolar el tiempo memoria arriba
y regresar al punto de partida
al paraíso irrespirable
a la ardorosa helada inmovilidad
de la cabeza enterrada en la arena
sobre una única y estremecida extremidad

lo exterior jamás será interior
el reptil se despoja de sus bragas de seda
y conoce la felicidad de penetrarse a sí
mismo
como la noche
como la piedra
como el océano
conocimiento
amor propio sin testigos

conocerse para poder olvidarse
dejarse atrás
una interrogación cualquiera
rengueando al final del camino
un nudo de carne saltarina
un rancio bocadillo
caído de la agujereada faltriquera de dios
enfrentarse al matarife

entregar dos orejas
un cuello
cuatro o cinco centímetros de piel
moderadamente usada
un atadillo de nervios
algunas onzas de grasa
una pizca de sangre
y un vaso de sanguaza
sin mayor condimento que un dolor
casi humano

el divino con parsimonia de verdugo
limpia su espalda en el lomo del ángel más
próximo
como toda voz interior
la belleza final es cruenta y onerosa
inesperada como la muerte
bala tras el humo de la zarza

no es fácil responderse
y escucharse al mismo tiempo
el azogue no resiste
se hincha y quiebra la imagen
constelándola de estigmas

la ausencia es multitud
la soledad y el silencio
sorprenden al que evade la mirada
al ciego del alma

al que tiembla
al que tantea con talón mezquino
la grupa heroica y resbalosa del amor

así caídos para siempre
abrimos lentamente las piernas
para contemplar bizqueando
el gran ojo de la vida
lo único realmente húmedo y misterioso de
nuestra existencia
el gran pozo
el ascenso a la santidad
el lugar de los hechos

entonces
no antes ni después
<<se empieza a hablar con lengua de ángel>>
y la palabra se torna digerible
y es amable el silbo de los aires
que brotan quedamente y circulan
por nuestros puros orificios terrenales
protegidos e intactos
bajo el vellón sin mácula del divino cordero

santa molleja
santa
vaciada
redimida letrina

sólo la transparencia habita el ánima lograda
finalmente inodora incolora e insípida
gravedad de la nube enquistada en la grasa
gravedad de la gracia que es grasa perecible
y retorno y aumento de lo mismo y retiro en el arca
interior

que así vamos y estamos
que así somos
en la mano de dios





Sin fecha

                                                                                                 a Kafka

Suficientes razones, suficientes razones para colocar primero
      un pie y luego otro.
Bajo ellos, no más grande que ellos ni más pequeña, la
      inevitable sombra que se adelanta y voltea la esquina, a
      tientas.

Suficientes razones, suficientes razones para desandar,
      decaer, desvolar.
Suficientes razones para mirar por la ventana. Para observar
      la mano que cuenta a oscuras los dedos de la otra mano.

Poderosas razones para antes y después. Poderosas razones
      durante.
La hoja de afeitar enmohecida es el límite.
Lasciate ogni speranza voi ch’entrate.
No se retorna de ningún lugar. Y la regla torcida lo confirma
      Sobre el aire totalmente recto, como un cadáver.
Y hay otras.
Palidez, sobresalto, algo de náusea.
Misterioso, obsceno chasquido del vientre que canta lo que
      no sabe.
La luz a pleno cuerpo, como un portazo. Adentro y afuera.
      No sabe dónde.

Y las demás. ¿Existen?

Infinitas para la duda, evidentes para la sospecha.
Dejaste arrastrar contra la corriente, como un perro.
Aprender a caminar sobre la viga podrida.
En la punta de los pies. Sobre la propia sombra.
No más grande que uno ni más pequeña.

Uno, dos, uno, dos, uno, dos, uno.
Uno atrás, otro adelante.
Contra la pared, boca abajo, en un rincón.
Temblando, con un lívido resplandor bajo los pies, no más
      grande que ellos ni más pequeño.
Tal vez, tal vez la estancada eternidad que algún alma
      Inocente confunde con su propio excremento.

Malolientes razones en la boca del túnel.
Y a la salida.
A la postre tantas razones como cuellos existen.

Defenderse del incendio con un hacha. Del demonio con
      un hacha, de dios con un hacha.
Del espíritu y la carne con un hacha.
No habrá testigos.
So nos ha advertido que el cielo es mudo.

A lo más se escribirá, se borrará. Será olvidado.
Y ya no existirán razones suficientes para volver a colocar
      un pie y luego el otro.
No obstante, bajo ellos, no más grande que ellos ni más
      pequeña, la inevitable sombra se adelantará.
Y volteará la misma esquina. A tientas.





Máscara de algún dios

Frente a mí ese rostro lunar.
Nariz de plata, pájaros en la frente.

¿Pájaros en la frente?

Y luego hay rojo
y todo lo que la tierra olvida.
Humedad con poderes de fuego
floreciendo tras las negras pestañas.
Un rostro en la pared.
Detrás del muro, más allá de toda voluntad,
más lejos todavía que mirar y callar:
¿qué?

¿Siempre algo que romper, abolir o temer?
¿Y al otro lado? ¿Al revés?

Vuela la mano, nace la línea,
vibrante destino, negro destino.
Por un instante la melodía es clara,
parece eterna la tarde,
purísima la sombra del cielo.

Vuelvo otra vez. Pregunto.
Tal vez ese silencio dice algo,
es una inmensa letra que nos nombra y nos contiene
en su aire profundo.

Tal vez la muerte detrás de esa sonrisa
sea amor, un gigantesco amor
en cuyo centro ardemos.

Tal vez el otro lado existe
y es también la mirada
y todo esto es lo otro
y aquello esto
y somos una forma que cambia con la luz
hasta ser sólo luz, sólo sombra.