2018. Verano. Ciudad de México. Mi nombre es Karen. A finales de diciembre del año pasado, asesinaron a una mujer llamada como yo.
A esa Karen la encontraron muerta en el barrio de Mixcoac. El feminicidio ocurrió en lo que se conoce como un “hotel de paso”. El Pasadena Hotel & Villas está en la colonia San Juan Mixcoac, aledaña a la mía. Salgo de casa. Tengo un objetivo: estoy buscando a Karen sabiendo que no la encontraré. Ya no está viva. Camino durante media hora para llegar al lugar de la tragedia. Tengo un destino: es un edificio de granito color durazno ubicado sobre avenida Revolución. El número es el 826. Ocho, dos y seis en medio de letreros que, en letras verdes sobre un fondo blanco, indican entrada y salida.
“Karen ya no está viva”.
Aquí murió Karen, aquí estoy yo. Y sigo viva, todavía. Viva por suerte, fortuna, destino o azar, pues nueve mujeres son asesinadas cada día en nuestro país. Se desconoce cuántos de estos casos son tipificados como feminicidios. Del de Karen apenas nos enteramos por los medios de comunicación y solo es uno entre tantos otros que desconocemos.
Observo a mi alrededor. La economía informal invade las banquetas. Múltiples voces ofrecen tortas gigantes, películas piratas, cinturones y clones de prendas deportivas, se vuelven un solo murmullo que me aturde. El resto del paisaje es caótico: los arbustos mal podados, el gimnasio en un bajopuente, este amarillo lineal. Cada uno de mis pasos apenas se asienta sobre las grietas.
En estos días no he podido escribir. Lo que estoy tecleando ahora no es literario sino literal. Escribir “27 de diciembre Karen muerta” en el buscador de Google tiene la intención de encontrar la mayor cantidad posible de datos de la joven de nacionalidad argentina que perdió la vida. Los resultados revelan que su cuerpo, a resguardo en la habitación 214 del Pasadena, tenía “un impacto de bala y cortes en el cuerpo”. Otras fuentes hablan de “dos impactos de bala en la cabeza” o que “fue asesinada a balazos”.
Karen está muerta.
Un hombre la asesinó.
En este país las mujeres no nos estamos muriendo; nos están matando.
Reviso uno de los párrafos anteriores. Me doy cuenta de que escribí “27 de diciembre Karen muerta”. El “muerta” aparece en cerca de 198,000 enlaces de internet que revelan que “se había casado en secreto con un mexicano y la pretendía un ‘pesado’ del cártel de Tepito”. O se enfocan en el presunto homicida, un actor con el que supuestamente había estado involucrada, el cual fue arrestado y exonerado después. Las líneas de investigación parten de la vida sentimental de Karen. También la revictimizan. Una nota dice lo siguiente: “Karen Ailen Grodzinski fue encontrada con un disparo en la cabeza en el hotel el 27 de diciembre. En su perfil de Facebook abundaban las fotos con ropa interior o pintada con aerosol, pero no publicaba nada desde 2015. En Twitter se describía como: ‘Modelo . . . Actriz . . . Bailarina . . . Maquilladora profesional y Promotora de eventos’. E incluso parece que la responsabilizan de lo sucedido debido a su trabajo (“asesinada mientras prestaba servicios de acompañante” es una frase reiterada en varias notas).
Reescribo. Muerta no es lo mismo que asesinada. “Karen se murió” no es lo mismo que “Karen está muerta”. La búsqueda “27 de diciembre Karen asesinada” arroja una serie menor de resultados, cerca de 73,500 noticias. Un artículo llama sobremanera mi atención porque señala que Karen estaba buscando “el mejor futuro que no llegó”. ¿Tenemos futuro, como mujeres, en México? El Universal ofrece una respuesta. En una nota titulada “Cómo será la mujer en el 2050” se afirma que “no conocerá límites impuestos por roles de género para crear, estudiar o trabajar. Se educará en una sociedad más incluyente”.
¿Hay que esperar tanto tiempo para que se cumpla una promesa?
Yo soy una mujer.
No, no es así.
Estoy diciendo la verdad a medias.
Y esa verdad ni siquiera me pertenece.
Yo soy una mujer todavía viva en este país y espero tener un futuro.
Sigo indagando en los enlaces de páginas web proporcionados por el buscador. “Karen” y “asesinada” me remite al portal digital de noticias SinEmbargo. Leo una y otra vez. Mi nombre y el de ella. Y de una mujer más.
Karen desapareció en diciembre en BC y su cuerpo fue hallado cuatro días después en un arroyo
Ciudad de México, 18 de enero.– El cuerpo de Karen Castro Jiménez –una joven desaparecida desde el pasado 6 de diciembre– fue localizado en un arroyo en Ensenada . . .
Karen desaparece. La encuentran en un pozo. A Karen le disparan una o dos veces. Es asesinada a balazos y la hallan con cortes en el cuerpo. Karen es cualquier Karen. Puedo ser yo. Después me corrijo. Puedo ser yo o ella. O mi tía, de quien heredé el nombre. No sabemos si ella fue víctima de feminicidio o se suicidó. ¿Habrá sido un suicidio feminicida? ¿O un feminicidio-suicidio como el de Mariana Lima Buendía? El cuerpo de esta abogada fue encontrado en su domicilio en Chimalhuacán, un municipio del Estado de México. Su esposo, un policía, afirmó que se había suicidado y las autoridades judiciales así lo consideraron. Era el 28 de junio de 2010. Irinea Buendía, la madre de Mariana, no aceptó la versión oficial. A su hija la asesinó su marido, asegura ella. Su hija le contó que recibía amenazas de parte de él como la siguiente: “Vas a terminar en uno de esos tinacos donde eché a otras dos que no aprendieron a tratarme como debían”. Después de cinco años, la Suprema Corte de Justicia de la Nación reconoció que había “un patrón de impunidad sistemática” en el caso y que, en efecto, hubo alguien responsable de la muerte violenta de Mariana. A la fecha, ese alguien sigue impune como muchos feminicidios.
Las posibles víctimas podemos ser tú y yo y ella y nosotras. Las mujeres en este país no tenemos nombre. Somos una sola.
Somos la misma.
Repito mi nombre en voz alta.
Karen, entonces.
“El crimen de Karen”.
“Ella era Karen, modelo asesinada en CDMX”.
El cadáver de Karen fue hallado al costado de la cama, con huellas de violencia. La carpeta de investigación señala que el asesino llegó a las 19:50 horas y pidió una habitación. Más tarde, entró ella al cuarto para encontrarse con su verdugo. Cuarenta minutos después “el hombre salió del hotel con un casco puesto, cosa que se le hizo raro al dueño y decidió ir a la habitación, al entrar pudo ver a Karen sin vida”.
Karen sin vida.
Tú con vida, Karen.
Una Karen sin vida.
Las palabras del párrafo anterior que están entrecomilladas pertenecen a una nota que apunta que “la principal vía de investigación de Karen es por venganza pasional” y que “el pasado 6 de julio del año pasado Karen se había casado con un comerciante de productos deportivos y ropa de Tepito con el cual vivía en la colonia Nápoles”. El principal sospechoso era un hombre con el que Karen “había mantenido un vínculo de pareja”. El móvil, desde esta perspectiva, debe buscarse en los diversos matices de una pasión amorosa como los celos, la ira, el desengaño . . .
Un crimen pasional nunca es una hipótesis, sino un lugar común.
Le dicen crimen pasional con la intención de callarnos.
Un crimen pasional es un recurso fácil.
Un crimen pasional es el hecho de herir o matar a alguien por pasión amorosa.
Esto no es un crimen pasional, sino una cuestión de poder en la lógica machista: “Eres mía o eres de nadie”.
“Eres mía o no eres” es violencia de género.
Un crimen pasional siempre justificará al asesino y culpabilizará a la víctima.
Un crimen pasional es un eufemismo para justificar un feminicidio.
Lo que le sucedió a Karen es un feminicidio.
Lo que me puede suceder a mí sería un feminicidio.
Lo que nos puede suceder a todas.
Es. Un. Feminicidio.
Feminicidio es una palabra que no reconoce mi procesador de textos. La subraya con una roja línea ondulada. Debo omitirla o agregarla al diccionario de Word. ¿Por qué no forma parte del contenido de este programa si es un suceso tan (lamentablemente) cotidiano?
Leo un titular del portal Animal político: “Karen, modelo argentina, fue asesinada a balazos en un hotel de la CDMX; la @PGJDF_CDMX investiga el asesinato como feminicidio”. Repaso la cronología. “Karen hotel Pasadena”. Tenía veinticuatro años, no veintitrés. “Para una experiencia inolvidable” es el lema del hotel, cuyos servicios continúan con una pasmosa normalidad. Es como si nada hubiera pasado. Pero está pasando. A diario, a todas horas.
Algunas tenemos más privilegios que otras, pero lamentablemente todas estamos expuestas a situaciones de violencia por razones de género en este país. Por ejemplo, podrían matarme a mí también porque cada cuatro horas es asesinada una mujer en México. O violarme porque cada cuatro minutos es lo que nos ocurre a las mujeres mexicanas según estimaciones de la Secretaría de Salud (ss). Estoy en el rango de edad (entre quince y cuarenta y cinco años) en el que por, mi género, tengo más probabilidades de ser asesinada o violada que enfermarme de cáncer o contraer vih. Estas cifras apenas reflejan lo que estamos viviendo.
Empieza a oscurecer y esa es la señal natural para incrementar el constante estado de alerta. Debo regresar a la Colonia del Valle. No es tan tarde, me digo. Podría irme caminando como siempre. Luego recuerdo que la avenida Coyoacán, donde está mi departamento, tiene cuadras con poca o ninguna iluminación. Tan solo de pensarlo empiezo a sudar frío. Mi inusitada valentía se ve intimidada por la prudencia.
No camines por lugares oscuros.
No camines por lugares.
No camines por.
No camines.
No.
Pido un Uber. La aplicación calcula que me tomará unos once minutos llegar a mi casa. “Lo último que se supo de Karen es que estaba por abordar un taxi, muy cerca de las instalaciones de la zona”. Nunca llegó a su casa. ¿Llegaré yo a la mía? Mando un mensaje a nuestro chat grupal —llamado Ya llegué— con los datos del carro y el chofer. Lo abrimos poco después del feminicidio de Mara Castilla, que tomó un servicio de taxi similar y el mismo conductor la asesinó. Tiene treinta y seis participantes. Somos treinta y seis mujeres que nos movemos solas en esta metrópolis que no cuenta con Alerta de Género (adg) porque, según las autoridades, no es necesaria ya que los feminicidios que ocurren en la ciudad están “por debajo de la media nacional”. En cuatro años han asesinado a 576 mujeres, pero la Procuraduría General de Justicia (pgj) solo califica como feminicidio el 36% de esos casos–. La cifra contradice estas declaraciones.
Lo que pienso todos los días es que a mí también me puede suceder. No es una, somos todas. Somos todas. Tú, ella y yo. Todas y cada una de nosotras. Y eso que tengo el privilegio de vivir en una de las alcaldías más seguras, la Benito Juárez, que, según los datos “oficiales” —que suelen diferir y ser contradictorios según qué dependencia los emita— es la segunda alcaldía en la Zona Metropolitana con la tasa más baja de feminicidios (2.2 casos por cada 100 mil habitantes).
En el chat grupal están al pendiente de mi trayectoria con algún emoticon. Cada una ha elegido uno a manera de identificación amigable y yo suelo poner un gato sonriente (😺) porque la vida sigue . . . pero si eres mujer no se puede saber hasta cuándo.
*
Estoy enfrente del edificio donde vivo. Le doy las gracias al conductor mientras bajo del vehículo. Comienzo a teclear “Ya en casa” mientras pienso que es la tercera vez que me reporto en el grupo en una semana. Tenemos que cuidarnos entre nosotras. Ante la indiferencia de las autoridades, nos estamos organizando. Consejos básicos contra la violencia de género inundan las redes sociales. Nosotras nos preparamos. “Procura estar alerta y consciente de tus alrededores”, “mantén tu celular cargado y con crédito para ser usado en caso de emergencia”, “en el transporte público no abordes vagones o camiones vacíos . . . y no dejes de mirar a los lados”. Antes de entrar a mi departamento, verifico mis alrededores.
No hay nadie, solamente yo estoy aquí.
“Karen no tenía miedo a nada”.
Quisiera decir lo mismo de mí.
Sin embargo, yo tengo miedo.
Y mucho.