neozona

Juan Carreño

Illustration by Lananh Chu

viernes 7 de septiembre del 2018

Y amaneció y me despedí de Itzayana como me despediría de mi hermana, Fidel Castro me arrastró en su auto hasta la salida de las combis, le pasé dinero para la gasolina y me esperó hasta que la combi saliera rumbo a Comitán. No dormí bien anoche, a veces me pasa que duermo pero la cabeza me sigue funcionando, pienso en mis hermanos, en la fragilidad laboral de mis padres, para qué decir de mi propia fragilidad laboral, y divago y llego a lugares llenos de gusanos y sueño que intento dormir y me doy vueltas y sudo y ni masturbarme me tranquiliza o cansa, y puedo caer a cualquier edad, tengo recuerdos desde los 3 años, y una caja te abre otra caja, muñecas rusas llenas de olores y voces, palabras claves que abren otras palabras claves, golpes, rosas, alicates, grasas negras, tornillos, el taller de mi papá en La Pintana, el último 11 de septiembre en Punta Arenas junto a Óscar Barrientos, la casa de Samantha en Tijuana, su familia dedicada al circo y llena de payasos brillantes y generosos, esos blocks proletarios de Baja California tan parecidos a los de Bajos de Mena en Puente Alto, mi abuela que agoniza en el hospital de Rancagua con el corazón hinchado y los pulmones negros, mi abuelo que antes de morir me dice mi Pablo Neruda: nunca fumes marihuana y no olvides que nunca hay una sola mujer, mi abuelo que almorzó con Fidel Castro en Chile el 71, pero no con el Fidel de Chiapas, sino con el comandante, mi abuelo herrero que trabajó en la Corporación de la Reforma Agraria CORA, quien alfabetizaba en los campos de la sexta región, quien trabajaba el fierro y tenía una fragua, mi abuelo golpeando el fierro al rojo fue preso, mis tías-niñas quemaron las fotos con Fidel, las fotos con Allende, las manos que sudan y los cigarros que se acaban, ya no venderán caguamas y termino en la  periferia a principios de los noventa, y te dicen que si no son los caminos de Jesús será la pasta base, y uno ahí, con una carita redonda de arroz y fideos mirando la cordillera de los Andes arder durante los atardeceres de verano, colegio tras colegio, ser siempre el compañero nuevo que llega a mitad de año, Pichilemu, Huamachuco, Malloa, San José de la Estrella, Pelequén, Rengo, Monte Patria, Puerto Montt, Comitán no está a más de dos horas de San Cristóbal y sigo sin dormir y mi cabeza es un tagadá, y el odio y la pena y el insomnio ocupan puestos exactos pero incontrolables, ya no hay teléfonos públicos en Santiago, pero desde uno fue la primera vez que llamé a Bulma y le dije que me quería ir a vivir a Iquitos, por el solo hecho de haber visto Fitzcarraldo juntos la última vez que nos vimos en su casa, y ella que me dice no manches, amor de lejos es de pendejos, vente pacá Cabeza de Chancho, y yo que camino a su casa recogiendo colillas de cigarros, tratando de buscarle un regalo en la basura dispuesta en las noches de Santiago centro, un naipe, una muñeca, algún objeto para significar esa noche donde por primera vez cogeríamos o haríamos el amor o tiraríamos o culiaríamos y nos turnaríamos para vernos dormir y escribir esa transmisión en directo de lo que sería una historia repleta de trabajo en busca de abrir las puertas de la neozona, pero llego a Comitán y compro una torta de jamón y una cocacola y me demoro tan poco en llegar a Ciudad Cuauhtémoc, a tan solo un par de kilómetros de la frontera con Guatemala, pero al intentar sellar mi pasaporte los policías mexicanos me dicen que debo pagar el impuesto, qué impuesto por la chucha, el impuesto legal por dejar el país por tierra, son 500 pesos, la mitad de mi presupuesto, pacos culiaos güeón, al cruzar la frontera perderé la señal de internet y ya no podré dejar marcas ni postas de dónde estoy, abandono México luego de cinco meses de entrenamiento en la cámara del tiempo de las azoteas y me doy cuenta que Latinoamérica es una gran pobla, me timbran la salida luego de pagar y tomo un taxi hasta La Mesilla, frontera feriana, y el taxista me pregunta que hacia dónde voy, le digo que quiero llegar a Nicaragua, y me dice que es mentira la supuesta migración de nicas hacia México, que los que están cruzando hace mucho son los hondureños que pasan caminando, sin dinero, con toda la fe rumbo al norte, y entrando a Guatemala me timbran pagando 20 quetzales y no me preguntan por el carnet de fiebre amarilla y me subo a un mototaxi hasta la salida de camiones a Huehuetenango, micros Blue Bird, como la que maneja Otto en Los Simpsons, pero tratadas y decoradas con más cariño que a la virgen de Guadalupe, y me subo y me ubico al fondo, siempre me ubico al fondo de los buses, y quiero pasar piola, la gorra que me regalaron los muchachos del Atlante la utilizo para que su visera me tape los ojos (mi sombrero oaxaqueño me alumbraba demasiado de turista y lo dejé en San Cristóbal), tengo los ojos verdes y si miro demasiado tiempo a los ojos de los bebés estos comienzan a vomitar, no quiero mirar a los ojos cuando me cobran, trato de hablar en español neutro, pronunciando las eses, como lo haría Gokú, como lo haría Bulma, un supuesto deportado mexicano nos intenta vender unos bonsái de alambre y nos dice que no lo ignoremos, y partimos entre las montañas verdes y nubladas y cruzamos un puente que se llama Valparaíso, hay una hora menos en Guatemala que en México, ahora cruzamos un pueblo que se llama Democracia, Funeraria el Último Traje, y el paisaje es montañoso, como si estuviéramos yendo a Baños Morales o Farellones, pero toda la montaña es verde y pueden verse casas y plantaciones muy arriba, lejos, casas rodeadas de plantaciones inclinadas, balcones de montaña, y el viaje es lento y lleno de música de banda, el ayudante del conductor atraviesa el pasillo hacia el fondo del bus, abre la puerta trasera, con el bus en movimiento por una carretera de montaña sinuosa, y sube por la escalera hasta el techo y acomoda bultos con una seguridad tan contraria a la cultura TurBus chilena, tan asegurada y cobarde, y no me interesa sacar fotos, no estoy ni a un paso del uso NatGeo, pero igual me sorprende que desde la puerta trasera se cuelen en las curvas, cuando el bus baja la velocidad, vendedores de frutas en bolsas, mangos, cocos, naranjas, y me digo estos podrían fácilmente ser ferianos de La Pintana, y las chicas sentadas adelante mío no hablan español, pero menos inglés, y comen y ríen y tiran los plásticos por la ventana, y me digo está bien, ¿causa más daño tirar una bolsa plástica por la ventana que hacerse el justo por no hacerlo? ¿Acaso la basura de todos los moralistas culiaos que interpretan y discriminan esta acción ignoran su producción de mierda? ¿Tan lejanos se sienten de los basurales siendo que estos son santuarios que ellos mismos ignoran de su modernidad? Váyanse a la chucha, y suena la última canción de Arjona: “se quedó sin su sostén para sostenerme”, y pienso que Arjona es guatemalteco, y llego a Huehuetenango y bajo mi visera del Atlante me meto a un Pollolandia, pollo frito, tortillas y repollo avinagrado, en todas partes hay pollo frito y mientras mastico, una niña, de no más de 5 años, revisa el basurero del local y extrae los huesos y restos de comida, y te apuesto que no faltaría el turista que grabaría a la niña sacando huesos de pollo de un basurero y diría por Instagram que la situación de Centroamérica es tal en precariedad que las niñas deben comer desde ahí para satisfacer su consumo de proteínas, pero para qué le apuesto mis joyas a los cerdos, la niña juntaba huesos para una perra que amamantaba a sus cachorros echada a un costado del carro de tortillas donde trabajaba su mamá o tía o la mujer que la cuidaba, y le entregaba en el hocico cada hueso y piel asada con un cariño y complicidad tan bellos, tan cosa que hemos hecho todos por los bichos que queremos, que me dije bah, y escribí y me subí a otro bus sin baño en el barroco terminal de Huehuetenango rumbo a Ciudad de Guatemala, debían ser 8 horas, y el pasaje no era caro, aprendí que nada es caro fuera de Chile, porque hace rato me di cuenta que en Chile nos están cagando en la boca y los chilenos están acostumbrados a comer mierda y pagar caro por ello, les encanta, tan medianita: casera, tengo papas grandes y papas chicas a la venta, ¿de cuál le vendo? Las medianitas. ¿Cómo le corto el queso, cómo le corto el chancho, delgada o gruesa? Ni tan delgada ni tan gruesa, medianita. No mijo, para viajar fuera de Chile primero uno debe conocer su país, apoyar lo chileno porque es chileno, somos el mejor país de Chile hermano y que San Pedro de Atacama, que la Torres del Paine, que Rapa Nui como signos o suvenires de etapas económicas que el sistema proveerá, yendo a París buscando absenta, a Berlín buscando el Oso, al DF a bolañear, los más cumas siguen creyendo en Buenos Aires, recomendando Valparaíso como cuna cultural podrida de universitarios santiaguinos que aprenden a tocar en guitarra canciones del Artaud de Spinetta, puentes amarillos y la güeá, lo único amarillo son los ríos de pichí para el año nuevo, agüeonaos, y nuestras vagas categorías parentales cuando viajas solo, cuando no conoces al que te recibirá, lanzándote sin concurso ni sorteo y la ventana del bus es una película con camiones estacionados, con casas a orillas del camino que jamás conoceré, y comienza a oscurecer y el bus se llena de pronto en un pueblo, el ayudante del conductor saca tarros plásticos y los dispone por el pasillo para que pueda sentarse más gente, pero en una subida, en curva, el bus se frena intempestivamente y todas las personas sentadas en los baldes caen y se desparraman por el piso, un hombre insulta al ayudante del conductor, le dice por qué nos trata como animales, que ya no hay respeto, que yo tengo un amigo policía y que esto no quedará así, y saca un teléfono y hace que habla con un policía y el ayudante les dice a los pasajeros indignados que solo se hacen los molestos para así no pagar su pasaje, y una anciana lo recrimina por tener aliento a cerveza, y él responde señora soy cristiano, años que no bebo, y yo saco una petaca de ron y cae la noche (estoy en la ventana y no pienso dar mi asiento), curvas y valles, volcanes y montañas nubladas, y me hace mal entrar de noche a las ciudades desconocidas, sin teléfono, sin conocer a las personas que me recibirán, que en este caso será el poeta guatemalteco Yaax Temoatzin que Itzayana me contactó, Yaax esta noche presenta un libro en Ciudad de Guatemala (Guatemala o Guate, a secas, como la llama la gente, al igual como al DF le dicen México, sería lindo que a Santiago le dijeran Chile) y voy calculando velocidad y tiempo y llegaré a las 10 de la noche a Guatemala, dos horas después del inicio del lanzamiento de Yaax y tres horas más tarde de lo que había presupuestado, y voy calculando que mi dinero igual me alcanza para una noche de hotel barato si es que no logro encontrar a Yaax, pero que luego de eso me quedo sin ni uno hasta el otro día, cuando retire del Western el depósito por la reescritura de una obra de Roberto Arlt que hice para un director de teatro en Santiago, y me bajo cuando todos se bajan, prendo un cigarro y me doy cuenta que tiemblo, me alejo hasta una esquina caminando, leo la dirección del lanzamiento en mi libreta, la memorizo y trato de darme seguridad (por qué chucha me puse a leer a Rodrigo Rey Rosa antes de venir, basura sobre basura en mi cabeza, una caja de zapatos con mi pie cercenado dentro) y le digo a un taxista cuánto me cobra por llevarme a la Zona 1, y me da una cifra cercana a la que consulté anteriormente a un hombre cuando venía en el bus, si quiere puede subir fumando me dice el taxista y le doy las gracias y la noche guatemalteca se despliega en el parabrisas y me deja afuera de la dirección señalada, entro al bar con mis mochilas y el local está lleno y lo que supongo que es Yaax lee un poema donde repite infininidad de veces la palabra sesenta y nueve, a los pocos minutos la lectura termina, la gente aplaude con entusiasmo, me compro una lata de cerveza Ice y observo de lejos a Yaax que firma libros, de fondo ponen una canción de Alex Anwandter y en los muros hay afiches del contexto de esta lectura: III Festival Queerpoéticas “Políticas de los Deseos y Placeres, presentación de la primera antología de literatura LGBT/Queer Centroamericana” y luego de Anwandter suena Javiera Mena y esto está demasiado chileno me digo, esta güeá parece la Blondie, cuando Yaax termina de firmar libros me acerco y le digo

     –Yaax, hola, soy Juan, el amigo de Itzayana…

     –¡Juan! Qué tal, cómo llegaste, qué tal el viaje…

     –Pues bien, me vengo bajando del bus…

     –¿Ya conociste a mi compañero Gustavo?

     –Pues no, acabo de llegar hace 5 minutos, me perdí tu lectura…

     –Acompáñame…

Yaax no debe medir más de un metro cincuenta y es delgado como un adolescente gótico, suicida, el techo del local está decorado con paraguas abiertos lo que le da un aire de caída y me lleva hasta una pequeña mesa donde, sentado junto a dos chicas, me presenta a Gustavo.

     –Chicas, les presento a Juan, poeta chileno que va, ni más ni menos, rumbo a Nicaragua.

     Saludo. Voy por más cerveza.

     –Así que chileno –me dice Gustavo.

     –Pues sí.

     –¿De dónde?

     –La Pintana.

     –Me carga Santiago. Yo nací en Antofagasta.

     –¿Te siguen gustando los chilenos, Gustavo? –pregunta una de las chicas.

     –Años que no estoy con chilenos y no pienso volver a comerme chilenos
     –dice Gustavo.

     –¿Eres chileno? –pregunto.

     – Sí, pero me fui chico, como a los 22, he vivido la mayor parte de mi vida en Estados Unidos, pero llevo ya algunos años acá en Guatemala.

     –¿Y a qué vas a Nicaragua? –me pregunta la otra chica.

     –Quiero entrevistar a Daniel Ortega.

     Se acerca Yaax, reina de la fiesta en ese momento.

     –Juan, ¿qué piensas hacer? Lo digo porque ahora nos iremos con les muchaches de fiesta a algún lugar, por si quisieras acompañarnos, si no, Gustavo se regresa a casa y podrías regresar con él, has viajado todo el día.

     –Me iría cagao de la risa de fiesta ahora, pero estoy muerto. Aparte, ando con mis cosas. Quisiera descansar.

     –Entiendo –dice Yaax, quien se coordina con Gustavo para llevarme a su casa. Nos irá a dejar en auto una antropóloga quien investiga, me cuentan, programas de cuantificación para identificar en internet palabras de discriminación y amenazas contra la comunidad LGTB en Latinoamérica. En el camino ella nos cuenta que anoche le robaron la batería de su auto.

     –Pero como con mis amigas estamos organizadas y conspiramos –agregó– en diversos grupos de güasap, avisé que estaba sin poder mover el carro y llegaron varias a protegerme mientras tratábamos de solucionar el problema de la batería.

     –Maravilloso –dijo Gustavo.

     La antropóloga nos deja afuera de un car wash y nos despedimos. Me iba a despedir de un beso en la mejilla, pero ella me dio la mano. Gustavo y Yaax viven al interior de un car wash, en el segundo piso de una construcción al interior de un estacionamiento. Me preguntas dónde vivo y te señalo un estacionamiento, dice el verso de Mónica de la Torre. Es una habitación amplia con un baño, tienen una cama de dos plazas y Gustavo me dice que tienen un colchón y unas colchas donde podré dormir a los pies de la cama de ellos.

     –Bacán –le digo.

     Antes de dormir nos bebemos un té y Gustavo me dice que vivió en Nueva York y que hay más guatemaltecos viviendo en Estados Unidos que en Guatemala.

     Me caigo de sueño. Le pido a Gustavo la clave del wifi y me acuesto sobre el colchón en el suelo, antes de dormir le escribo a Bulma: estoy en Guatemala, ha sido un día largo, estoy bien.

     Y me saco una selfi, pero no se la envío.

     Hago un grupo entre Itzayana, Fidel Castro y yo. Les escribo: estoy bien, los quiero.

     Me saco otra selfi, pero tampoco se las envío.



*

lunes 10 de septiembre del 2018

Me levanté a las 7 de la mañana y tomé desayuno en un restaurant del centro. Debía hacer la hora a que abrieran el Western Union. En la tele tenían puesto CNN y hablaba Trump. Me sentía mareado, no tenía hambre, pero debía comer algo para afirmar el pulso. Huevos, frijoles, pan, jugo de naranja, café con leche. Me costó trabajo comer. En CNN comenzaron los deportes. El Western es una oficina del Banco de Guatemala, donde no se puede entrar con gorra, lentes y no puedes utilizar el teléfono una vez dentro. Los guardias llevan metralletas. Te puedes ganar un set de ollas de todos los tamaños imaginables si es que retiras en este banco tus remesas de dinero enviadas desde Estados Unidos.

     Caminé hasta la zona donde salen los buses rumbo a Managua. Haré directo la ruta Ciudad de Guatemala–Managua. Son 24 horas de viaje y se atraviesa todo El Salvador y el achicamiento que conecta a Honduras con el Pacífico. Le he escrito a varios poetas nicaragüenses, pero pareciera que todos abandonaron las redes sociales en abril, durante las protestas contra el gobierno sandinista de Daniel Ortega, donde murieron cerca de 300 personas durante las manifestaciones.

     –¿Para dónde va amigo?

     –Managua.

     –¿Para hoy?

     –Sí.

     –Julio César sale a la una de la tarde. 30 dólares.

     Solo hay dos buses. Me explican que uno sale por día y que el bus a un costado nuestro acaba de llegar y los conductores descansarán para salir mañana martes.

     –¿Cómo está la situación en Nicaragua? –le pregunto a uno de los conductores del Julio César, quien está echado sobre el asiento con las piernas sobre el manubrio.

     –De dónde eres.

     –Chile.

     –¿Andas con tus papeles al día?

     –Claro, pasaporte, todo…

     –Entonces no deberías tener problemas, son los propios centroamericanos los que tienen más problemas para entrar. ¿A qué vas a Managua?

     –Turismo.

     El conductor se acomoda y me señala que elija un asiento. Son las 9 de la mañana y ya hay gente sentada intentando dormir en el bus. No hay baño ni aire acondicionado. Le pago los 30 dólares y de uno de sus bolsillos saca una cinta de papel adhesivo que pega sobre el respaldo de un asiento, sobre él escribe mi nombre. Espero que me entregue algún boleto o comprobante del pasaje, pero nada. No insisto. Regreso caminando a la casa de los chicos. Trabajan en silencio en sus compus.

     –Compré el pasaje a Managua pero no me dieron comprobante ni nada –les digo.

     –Acá funciona así, la gente es muy de palabra, informal, pero tranquilo, no creo que te quieran engañar ni nada –me dice Yaax.

     Ordeno mis cosas y armo mis dos mochilas. Acompaño a Yaax al supermercado y aprovecho de comprar algunas cosas para el viaje: pan, queso, jamón, un litro de agua, una coca y tres botellines de quezalteca naranja pepita. Me tomo unas selfis junto a los muchachos. Yaax detiene un taxi, regatea el precio por mí, y me subo. Antes, los abrazo. Les doy las gracias. Al entrar al taxi me hiero el brazo con un fierro suelto en la puerta del taxi y me rasguño, mancho mi camisa blanca con sangre, al llegar a la terminal de buses, cinco tipos me abren la puerta del taxi y me gritan ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! ¡MANUAGUA! y yo casi me quiebro y entro en confusión ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! le intento pagar al taxista ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! me quieren agarrar las mochilas ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! les paro los carros, paren el güeveo conchasdesumadre ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! ¡MANAGUA! llega el moreno de Julio César Transportes y dice dejen tranquilo al chileno que él ya me compró el pasaje a mí. Intento fumar, tirito, veo a dos chicos blancos, con pintas de hipsters, les pregunto si van a Managua.

     –Sí, yo voy a Managua.

     –¿Tú vas también?

     –Sí.

     –¿Y a qué vas a Managua? Está feo allá.

     –Por lo mismo.

     –¿Eres periodista?

     –Algo así.

     –Yo trabajé en el gobierno, fui amenazado por Facebook, te puedo contar todo. ¿Viajas solo?

     –Sí.

     –Te ayudaremos, cuenta nosotros para lo que sea.

     –Bacán, gracias. Hoy hay paro nacional, ¿no?

     –¡Cuándo no!

     Él es Santiago y el que lo acompaña Carlos Alberto, guatemalteco. Santiago es nica. Me dice que durante el viaje me hablará sobre lo que está pasando en Nicaragua. Subimos a ver los asientos y donde yo supuse que estaría la cinta de papel con mi nombre, había una señora haciéndose la dormida. Me acomodaron al medio del bus, pasillo. Quedamos alejados con Santiago. En el fondo del bus van acomodados nuestros bolsos. Y no paso piola y es lo que más me urge, antes de subir fumo y fumo, arriba todo el mundo se trata de hijoeputa y pienso que en cualquier momento se agarran a golpes, cuál es el conflicto, porqué se tratan tan mal, y las viejas son las más deslenguadas: perro hijoeputa, perro mexicano que no sabe conducir.

     Las ventanas del bus no se abren, salimos de Ciudad de Guatemala y todo es lento y húmedo, las rodillas me duelen de inmediato debido a la poca distancia entre asientos, y estamos encomendados a los salmos, nos ponen tres pelis de acción seguidas, todas llenas de explosiones y muertes y diálogos taquilleros, precisos, tiesos.

     –Cuánta violencia –dice Marcia, mi compañera de asiento.

     –Yo creo que mueren unos diez tipos por minuto en esta película.

     Marcia se ríe.

     –¿De dónde es usted? ¡Chileno! Mi papá era chileno de Valparaíso.

     No le creo, pienso que me está cuenteando, que me quiere robar.

     Me muestra un pequeño documento de 1955, que saca de su cartera, con los antecedentes de su padre.

     –¿Me lo puedes leer? A mi me edad ya no leo mucho –me dice.

     Su papá era profesor y efectivamente era chileno. Pensé en los profes como Gabriela Mistral enseñando por toda Latinoamérica.

     –¿Y qué anda haciendo por acá? –me pregunta.

     –Turismo. Ando conociendo.

     Pretendo dormir pero las películas suenan demasiado altas. Antes del anochecer llegamos a la frontera y entramos a El Salvador. A las 10 de la noche paramos en una bencinera para comer y pasar al baño. Le invito una cerveza a Santiago. Pero me doy cuenta que no tengo dólares y las paga él. Le pregunto si fuma.

     –Sí, claro, tengo cigarros –me dice, y me muestra de su bolso de mano cajas de diferentes tipos de cigarros que acaba de comprar en Guatemala, sabores a chocolate, uva, fresa, limón.

     –No, marihuana –le digo.

     –¿Qué, andás con hierba?

     –Sí.

     –¡No te creo! ¿Cruzaste marihuana por la frontera?

     –Sí, pero solo un poquito. No me di cuenta.

     Fumamos. En eso llega Marcia, quien nos invita a fumar a unas mesas a un costado de la tienda de la bencinera. La seguimos y yo saco una botellita de quezalteca.

     –Dígame Marcia si no tiene lindos los ojos este chavalo –le dice Santiago a ella.

     –Preciosos, mi papá que era chileno también los tenía así. Yo te presentaría a mi hija más joven, tiene 25, pero la muy necia es sandinista, ya meses que no hablo con ella.

     La gente del bus nos hace el gesto de abordar. Apuramos los cigarros y subimos. Con Marcia nos vamos bajando los botellines de quezalteca.

     –Pasa que el hermano de una amiga, un hombre nicaragüense que se fue a Estados Unidos, enviudó, y nos hicimos amigos por Facebook, yo todo bien, estaba soltera, sin ningún compromiso, y un día, me pide matrimonio por el chat, me dijo tengo 65 años y necesito el amor de una mujer, porque sin una mujer el hombre solo es chatarra espacial girando sobre el vacío, así, tal cual, medio poeta, él era muy atento conmigo, escribía bonito, me decía cosas tiernas, me enviaba poemas que según él escribía para mí, y un día me manda el boleto para viajar a Miami y dos mil dólares, quería que lo fuera a ver para que nos casáramos, me dijo que había comprado un departamento y un carro para mí, ¡hasta me había comprado ropa!, y yo toda ilusionada de comenzar una nueva vida, de poder por fin salir de Managua, aunque viví con otro hombre un año en Panamá, pero esa es otra historia y no me quiero ni acordar, y pasa, Juanito, que llego a Miami y lo que veo es… ¡UNA RUINA!, me enturqué tanto, Juanito, el hombre me mintió, ¡tenía setentaicinco! ¡75!, y eso para mí la verdad no sería problema, me mintió solo en su edad verdadera, porque el departamento, el carro y la ropa, todo era cierto, yo tengo 55 años y me he casado tres veces, tengo cinco hijas, te aseguro que te enamorarías de mi hija menor, pero la muy bruta le da con el sandinismo, y para mí no sería problema que el hombre fuera mayor y todo, pero Juanito, ¡no se le paraba!, ¡no se le ponía dura!, y yo toda comprensiva y ganosa, me hacía la enamorada, pero en menos de un mes me hice unas amigas nicas por Facebook y salimos una noche juntas a beber tranquilas unas cervezas, de hecho yo llegué antes de medianoche y este hombre ya me tenía las maletas en la calle, me decía que cómo podía faltarle el respeto a él saliendo a alcoholizarme con personas de quizás qué clase, de que era una típica nica aprovechada, y yo, Juanito, que me digan algo así, cuando he trabajado toda mi vida por sacar a mis hijas adelante, que un vejestorio impotente que apenas conozco me diga eso, no lo soporto, a mí me gusta la cerveza y el amor bien hecho, siempre he trabajado, mis tres exesposos me pegaron tanto, Juanito, esta cara no era la que yo tenía hace diez años, antes que decidiera tatuarme estas cejas, antes que me arrojaran agua hirviendo en la cara, y que este hombre venga ahora, cuando la pobreza ya no me asusta nada, a tratarme como a cualquier cosa, como un animal, no. Hubiera sido muy tonta siquiera preguntarme si quedarme o no con ese adefesio de dos patas.

     Se apagan las luces del bus y suena a todo volumen “Don’t Dream It’s Over”.

     Marcia comienza a cantar en un inglés perfecto.

     –Ahora, Juanito, me está esperando en Managua uno que no voy a soltar pero sé que se me irá, tiene 40 años y su turca vale su peso en oro.

     Reímos. Abro la última quezalteca y suena Cindy Lauper.

     Marcia canta perfecto.

     –¿Sabes inglés? –me pregunta.

     –Un poco.

     –A ver, canta.

     Comienza a sonar “Hotel California”. Tomo aire y carraspeo, pero antes de ponerme a cantar comienzo a reír.

     Santiago está en la fila posterior a la nuestra, en los últimos asientos, con un piño de gente joven y un pastor evangélico. Comienzan a gritar que cambien la música. Otros gritan que prendan el aire acondicionado, por favor, y simultáneamente comienza a correr aire frío y a sonar “Catalina”, de Taiwan MC y Paloma Pradal, un sampleo en clave reguetón a “La Macorina” de Chavela Vargas, y la gente alza los brazos, ya nadie quiere dormir, a esta altura del viaje toda la gente en el bus ya son amigos, están sobre sus rodillas en los asientos, girados hacia algunos de sus vecinos pasajeros, cruzando las pocas horas que significan El Salvador en línea recta, pero se encienden las luces, se acaba la música, uno de los conductores auxiliares, quizás el más locuaz, nos exige su atención.

     –Más adelante tendremos un control policial y les pedimos, por favor, a cada uno de los pasajeros presentes, que para que la policía salvadoreña no revise nuestro equipaje y nos retrase más de dos horas en nuestro viaje a Managua, si pueden cooperar cada uno de ustedes con un dólar, para entregarle a la policía y ahorrarnos esta innecesaria detención, se lo agrademos, es decisión de ustedes.

     Santiago me hace el gesto que no pague, pero pago. No sea cosa que.

     Igual nos detienen más de una hora pero no revisan nada.

     Y casi todos pagamos.

     Marcia me muestra fotos de sus 5 hijas, pero pincha a mi vista una carpeta especial.

     –Estas son las fotos que me saca mi hija mayor para postularme en internet.

     Maquillaje y planos que refinen el rostro, composición, puesta en escena. El intento humano y noble de la fuente de la eterna juventud: la imagen. Puedes tener imagen, pero sin actitud, estai cagao. E imagen y actitud Marcia, en esas fotos, desborda.

     –Pero qué rico es el amor, Juanito –me dijo.

     –La gente sin amor se muere –dije. Me arrepentí de inmediato.

     –No se muere. La gente sin amor no es mayoría, y hay mucha gente que puede estar sin mucho amor, o nada de amor, por mucho tiempo, y sigue viva, pero como envenenada, queriendo envenenar, diciendo mentiras, creyendo que por tener dinero pueden tapar su falta de amor, que por tener dinero te pueden tratar como un animal, yo no pienso así.

     –¿Pero esa gente puede amar?

     –Hay gente que ama solo cuando tiene dinero.

     Durante la madrugada llegamos a la frontera con Honduras. Un muchacho me pregunta si le puedo prestar el cargador de mi teléfono. Se lo paso. Se llama Ernesto.

     –Yo quiero averiguar cómo pedir asilo en algún país, quiero salir a más tardar este año de Nicaragua.

     Llega Santiago y Marcia. Nos invitan a fumar.

     Me preguntan cómo es Chile.

     –Es frío. En invierno la cordillera está nevada. Como es un país angosto, en un mismo día uno puede estar durante la mañana en la nieve y durante la tarde en el mar. Tiene muchos paisajes y los conductores en las ciudades son amables con los peatones. Hay playas en las que aún uno puede ir a acampar con la novia sin temor a que te roben o asesinen. Chile es un país que todavía puede recorrerse haciendo autostop y la gente no es mala, a veces un poco estúpida, pero en sí la gente no es mala. Allá los atardeceres y amaneceres son laaargos, pero Chile no es de Chile…

     –¿Chile no es de Chile? –me pregunta Santiago.

     –Tal cual. Chile no es de Chile. Chile es Chile en su nombre, en su fachada, dentro del barrio americano Chile es el vecino aspiracional que entra y sale de Estados Unidos sin mayores problemas, es como Quico, en la vecindad del Chavo.

     –Cómo, ¿ustedes llegan y los dejan pasar como si nada a los Estados Unidos?

     –Algo así.

     –¡Habrá que irse a Chile entonces! –dice entusiasta Santiago.

     –Si ustedes me avisan y quieren llegar a Santiago, yo los recibo. No tengo ni un problema.

     Timbramos nuestros pasaportes y entramos a Honduras. Los ánimos bajan y se intenta dormir. Marcia apoya su cabeza en mi hombro. Poco antes del amanecer llegamos a la frontera con Nicaragua.

     –Si la policía te pregunta algo no digas que eres periodista… –me dice Santiago al bajarnos del bus y caminar hacia que nos timbren la entrada al país.

     –Señor, soy un simple y sencillo estudiante, vengo a algo tan sencillo como turistear…

     –Exacto. Ante cualquier cosa anota mi número y mi dirección en Managua, di que vienes conmigo, pero no digas para nada que andas investigando…

     Anoto en mi libreta los datos de Santiago. Hacemos la fila frente a las cabinas de la policía. Soy el único no-nica del bus. Le entrego mi pasaporte a una fatigada mujer de uniforme. Ve mi pasaporte, me queda mirando. Mira mi foto y mi cara.

     –¿A qué vienes a Nicaragua?

     –Turismo.

     –Tendrás que esperar un momento.

     Me retienen el pasaporte. Ya han timbrado a todos los pasajeros del bus. Salgo a fumar. Amanece. Cantan los pájaros. Despierta la fauna. Los conductores del Julio César duermen sobre unos cartones a un costado del bus. Luego de una hora aparece un policía en extremo gordo y alto, intimidante, preguntando quién es el chileno.

     –Yo soy.

     –Pase por acá por favor.

     Me hace pasar a una pequeña habitación, solo hay dos sillas y un foco.

     –Siéntese por favor.

     El policía se mantiene de pie. Atrás de él se ve la bandera rojinegra del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

     –Usted es periodista.

     –¡Qué!

     –Que usted es periodista.

     –Para nada, yo…

     –Sí, lo es. ¿Qué anda haciendo acá?

     –Conociendo…

     –Conociendo qué.

     –La naturaleza. Soy estudiante.

     –Estudiante de qué.

     –Estuve estudiando en México.

     –Pero qué.

     –Mecánica automotriz.

     –¿A dónde vas?

     –A Managua.

     –Dónde llegarás a Managua.

     –A la casa de un amigo.

     –Qué amigo.

     –Un amigo con el que ando viajando.

     –Dónde lo conociste.

     –En Guatemala, en una fiesta.

     –Dónde fue esa fiesta.

     –En el centro, Zona 1, creo.

     –Tienes apariencia de periodista.

     –Para nada.

     –¿Tú amigo está acá?

     –Sí.

     –Que entre.

     Me levanto de la silla. Santiago tenía la oreja pegada a la puerta y al abrir casi entra de un porrazo a la sala. De inmediato le pregunta por su nombre, dirección y ocupación.

     –Trabajé en el gobierno –le dice.

     –Dónde.

     –Aquí, mire.

     Santiago le muestra unos documentos. El policía los observa con detención.

     –Dónde se conocieron –le pregunta el policía a Santiago.

     –En una fiesta en Guatemala, oficial, ¡qué fiesta aquélla! ¡Yo no sabía que los chilenos bailaban tan bien!

     El policía es una piedra. Guarda silencio.

     –Te daré solo 30 días y tendrás que pagar 13 dólares –me dice–, ¿con cuánto dinero andás?

     –Creo que ahora tengo en los bolsillos unos mil quetzales, aún no compro córdobas, pero recibiré unas remesas estando ya en Managua.

     –¿Quién te envía el dinero?

     –Mi hermana.

     –¿Quién es tu hermana?

     Doy un nombre cualquiera, él lo anota en una pequeña libreta donde viene escribiendo algunos detalles de la entrevista.

     –Pueden retirarse.

      Salimos al fresco con Santiago, encendemos unos puchos. Le doy las gracias.

     –Bienvenido a Nicaragua –me dice.

     Aún faltan más de dos horas para partir hacia Managua.

     Le ofrezco pan con queso a Marcia, Ernesto y Santiago. Los policías de aduana deben revisar todo el equipaje nuestro, nos hacen formar filas junto a nuestros bolsos. A mi costado está una muchacha que anda con cinco bolsos grandes llenos de quizás qué.

     –Tengo miedo, ando con un pajarito en esta caja –me dice.

     En sus manos sostiene una caja de zapatos con agujeros en su tapa.

     –Ojalá no se ponga a cantar cuando pase el policía –me dice riendo.

     El pájaro no canta y subimos nuestros bolsos, volvemos a partir y el ánimo es alegre, la gente vuelve a conversar, los del grupo de Santiago comienzan a bromear.

     –Alagramputa, qué jodés con ese canarito chavala por dios… –le dice Perla, la anciana deslenguada, a la chica del pájaro –Y este hijuelasetenta mil pares de las tres putas, perro mexicano que no sabe conducir, PRENDÉ EL AIRE ¿O TE PICA EL CULO? Mexicano andrajoso no más, ¿querés que te rasque el aniceto, mexicano? Se nota que no andás arreado, cabrón baboso, ¡no te salen cascos por falta de calcio! ¡Te voy a cachimbear perro mexicano! ¡nos tenés a todos con currutaca, cara de culo! ¡¿querés tocarme la bicha acaso?!

     Todo el bus ríe. Hasta el mismo mexicano aludido que conduce. Ponen reguetón y la cosa se prende. Pero el bus se estropea. Son las 10 de la mañana del 11 de septiembre del 2018 y estamos todos los pasajeros a la sombra de un árbol a la orilla de la carretera. El calor y la humedad ya se sienten fuerte. Recién a mediodía logran reparar la falla y avanzamos. Antes de llegar a Managua, cuando el aire acondicionado ya no funcionó más y el sopor nos embargó, algunos intentamos dormir. Yo estaba en eso cuando Marcia se despide. Se baja antes de entrar a Managua. Se me fue pedirle que nos agregáramos a Facebook.

     Santiago se sienta a mi lado. Al entrar en Managua se ven tomas de terrenos habitadas por precarias casas coronadas con banderas del Frente Sandinista. Pasamos por una estatua de Salvador Allende, veo murales de la Brigada Ramona Parra.

     –Hoy es 11 de septiembre –le digo a Santiago.

     –Creo que sí.

     –En Chile es una fecha importante.

     –¿Por qué?